29 abril 2005

Ab ovo en latín, a huéhuetl en náhuatl

Pues no se los queríamos decir tan gacho y sin anestesia, pero tomen nota, queridos especímenes XY.

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El óvulo en el siglo XXI
Javier Flores

El óvulo, la célula sexual femenina, es ahora algo muy diferente a lo que era en el pasado. Durante varios siglos fue blanco de las ideas dominantes acerca de lo femenino y llegaron a considerarlo elemento secundario. En el siglo XXI, los avances en el conocimiento sobre su papel en la reproducción humana obligan a una revaloración científica que conducirá a una nueva comprensión no sólo de sus funciones, sino también de sus significados.

Mucho de lo que todavía encontramos en los textos de fisiología humana forma parte del pensamiento aristotélico, según el cual en la reproducción hay sólo una semilla, la masculina. La participación femenina es, desde esta visión, algo pasivo; es equivalente, según Aristóteles, a la tierra, en la que la semilla puede crecer. No obstante, en el pasado también hubo visiones como la de Galeno, quien sostuvo que los ovarios producen un tipo de esperma, con una semilla indispensable en la generación. Esta dualidad de interpretaciones se ha mantenido desde entonces, aunque con predominio de la primera.

En el Renacimiento, por ejemplo, la explicación de la vida dio lugar a la idea de los gérmenes prexistentes o preformismo, en el que el ser humano se encontraría ya presente en el huevo... o en el esperma masculino. Las ideas de ovistas y espermatistas se enfrentaron principalmente entre los siglos XVII y XVIII. Para los primeros, el huevo contiene el feto preformado y el semen masculino funciona sólo como activador de su desarrollo. Para otros, como Van Lewenhoeck, quien describió con su microscopio al espermatozoide y vio en éste "nervios, arterias y venas", el nuevo ser estaba ahí. Uno de sus seguidores, Hartsoeker, vio un homúnculo oculto y acurrucado en la cabeza de la célula sexual masculina, y Francisco de Plantade observó un ser desnudo con sus dos piernitas, su pecho y sus pequeños brazos. Así, el espermatozoide contenía ya de por sí al ser humano; el óvulo sólo contribuía a su desarrollo.

Para la concepción aristotélica y espermatista, el óvulo aparece como elemento secundario, pasivo. Esta idea se relaciona con la noción que durante varios siglos se ha tenido de lo femenino, que permanece en lo esencial en los textos médicos y biológicos.

Autoras como Emyli Martin han señalado cómo la cultura influye sobre la manera de abordar los descubrimientos acerca del mundo natural. De acuerdo con ella, en el caso que nos atañe ha predominado la idea de la fragilidad y dependencia del óvulo y su naturaleza pasiva; como una continuidad de la idea que se ha tenido de lo femenino. En contraste, se considera al espermatozoide siempre como elemento activo. Señalamientos como éste identifican un nexo muy importante entre las dimensiones sociocultural y biológica de la reproducción humana, aunque la relación que se establece entre éstas es unidireccional, es decir, de lo cultural hacia lo biológico.

En nuestro siglo se cuenta con nuevos elementos que permiten entender la célula sexual femenina de otra manera. El conocimiento cada vez más detallado de los eventos involucrados en el proceso reproductivo ha permitido el desarrollo de tecnologías cuya aplicación y perfeccionamiento conducen a su vez a una mayor comprensión de las propiedades de las células sexuales.

Tomemos, por ejemplo, la transferencia de citoplasma, tecnología que se emplea en los casos de alteraciones en óvulos que presentan fallas para el desarrollo embrionario y su implantación. Mediante esta técnica, una pequeña porción del citoplasma de un óvulo donante es suficiente para restablecer la capacidad reproductiva de la célula sexual dañada. Lo anterior muestra no solamente la importancia del óvulo, sino además el papel central de su citoplasma.

Pero quizás el ejemplo más claro es la clonación. En este caso, confirmado plenamente en mamíferos desde el nacimiento de la oveja Dolly, el proceso reproductivo puede prescindir por completo del espermatozoide. Se trataría de una forma de reproducción asexual en la que el óvulo es la única célula sexual participante.

Esto nos sitúa en un nuevo escenario en el cual se resuelve el debate que durante varios siglos se ha mantenido sobre la predominancia de una célula sexual sobre otra. Queda claro en este caso que en la reproducción es imprescindible el óvulo y no se requiere del espermatozoide.

De este modo, la noción del óvulo como elemento pasivo ha sido plenamente superada en el siglo XXI desde el punto de vista científico. La pregunta que surge es si a partir de la nueva información puede haber un efecto sobre las concepciones socioculturales de la naturaleza femenina, desde luego, sólo si aceptamos que las relaciones entre las dimensiones cultural y biológica de la reproducción son bidireccionales.
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PD: Sería un lindo detalle que los especímenes XY hicieran algo para que en el siglo XXII los recordemos con un poquito de ternura... como a los dodos.