Madre naturaleza
La maternidad, territorio del "mall" a cuya entrada se puede leer: "Lasciate ogni speranza, voi ch'entrate.." es el único reducto de poder (?) al que se ha confinado a las XX.
A la sombra de esta que es tal vez la dictadura perfecta, crece la humanidad, mamando en biberones tibios el mito del amor materno, del "madresolohayuna" y de la abnegación llevada hasta lo abyecto.
Quien no haya participado en las interminables narraciones del martirologio en las que se presumen medallas y las cicatrices, que tire la primera piedra: yo pujé 72 horas, a mí no me dieron anestesia, me hicieron la episiotomía con abrelatas, traía las piernas de elefanta, perdí mi cinturita caraqueña, me salió una red de estrías más grande que el mapa carretero gringo, no he vuelto a dormir completo desde hace cuarenta años... Y así, ad nauseam.
Por mi parte, confieso que me regodeo en ese deporte delante de las que no han parido, sólo para ver si así puedo lograr que alguna desista de la idea de reproducirse, ante la película gore que les platico. Pero no. Casi todas quieren tener su propia versión. Las más osadas declaran cínicamente que en todo caso se puede recurrir a una cesárea indolora que incluya de una vez en la factura la liposucción.
Los frutitos de los vientres llegan como las visitas incómodas: sin avisar y justo cuando vas a hacer algo más interesante que dedicar veinte años de tu vida a pastorear humanoides para que sean capaces de comer con cubiertos, no decir peladeces delante de los vecinos y atarse solos las cintas de los zapatos.
Son buena compañía, de repente caen bien... pero quien diga que no ha tenido ganas de cometer infanticidio después de oír berrear a un bebé berrinchudo dos horas seguidas, está mintiendo. (Un chillido de esos alcanza los 109 decibeles, el oído humano soporta cuando mucho 110, equivalentes al despegue de un jet o a un concierto de heavy metal).
Sigo convencida de que la paridera es algo que requiere sustantivas mejoras. Me parece que sería mejor que las XX pusiéramos un huevo y que los corresponsables XY del coctel genético se hicieran cargo de empollarlo unos cuatro años en alguna bolsita ad hoc. Conste que soy considerada y no incluyo en ese paquete para los XY el rompedero de fuente, los vómitos ni la depresión posparto, ni que les salga una sandía por ningún orificio del tamaño de un tejocote (eso precisamente es el parto).
Esa sería la verdadera igualdad, no chingaderas. Pienso proponerlo como proyecto a las ingenieras del posgrado en genética de la universidad.
Uno de mis vástagos está convencido de que vino al mundo en una caja de cornflakes y el otro, que me lo encontré en una tienda de mascotas. Podría decirles que los pedí por piezas y los armé como decía el catálogo o que me los saqué en una rifa del banco de semen congelado. Pero no. Ellos saben que soy un hermosísismo producto de su imaginación.
La verdad es que ni yo ni ellos sabemos lo que es el sacrificio edípico. Hemos podido liberarnos de esa melcocha y también hemos comprobado que el odio, a diferencia del amor, crece con el tiempo y la convivencia diaria. Crea vínculos imborrables. ¿No es esto lo que toda mater anhela y se le cumple puntualmente cada diez de mayo?
En todo caso, el hecho de saber que no tenemos que amarnos por decreto filial ni por imposiciones divinas o comerciales nos hace más felices y soportables unos a otra.
Soy desnaturalizada, ni modo. Así me quiero. Así me quieren.
PD. Danzón de la perrezz, dedicado a mis madres e hijas simbólicas, la única selección que no contraviene la naturaleza y que es digna de una loa a la nueva humanidat.
Fotito de 100Worth: Planta carnívora.
Etiquetas: decretos, jijos, maternidades
1 Comments:
es cierto lupe!! me encantan los minutos de loca carjacada cada que te leo.
Saludos
Claudia
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